jueves, 3 de diciembre de 2015

Tribulaciones y lamentos de un domingo de suicidios masivos


Por Amel Sotomayor - Papá fuma el quinto cigarrillo apoyado en el pilar del taller del patio de casa, mira el cielo, se despide del avión que probablemente se privatice nuevamente. Me mira a mí, con los mismos ojos que tenía cuando me decía que “el tiempo te permite ver la realidad, pronto la verdad saldrá a la luz”.

Mi corta edad no me permitía entender esa frase, él lo sabía, pero igual la decía, porque confiaba justamente en ese tiempo de crecimiento y reflexión. Hoy me mira igual, pero sus ojos no dicen lo mismo, parece no creer en lo que defendía con tanta pureza y vitalidad. 

Mira el foco de la luz, se despide de ella, pues probablemente también la privaticen. La luz le guiñe el ojo, titilando su filamento, está de acuerdo con papá, hasta la bombilla entra en razón con él. Camina hacia el interior de la casa, saluda con su mirada a los canales de la televisión, toma el control remoto, y todos anuncian al nuevo representante de viejos y conservadores paradigmas.

En el canal 11 y el 13, hay globos amarillos en toda la imagen, como si se hubiera activado el protector de pantalla de aquella notbook del chico de mi barrio que la recibió en su escuela, con una sonrisa de oreja a oreja. Globitos de colores, nada de argumentos, ve a Del Sel, sonreír patéticamente. Cambia de canal, posiblemente ya estén nuevamente desposeídos.

Me dice que le prepare un té, ese de Tilo, que tanta propaganda de tranquilizante tiene, enciendo la cocina y vuelve esa mirada de angustia, mira la llama de la hornalla como si la viera arder por última vez en su vida, se acerca y prende el noveno o decimo cigarrillo, ya perdí la cuenta.

Mira la llama y la tatúa en sus pupilas, con esa mirada de los noventa, que a mí me eriza la piel. Toma el té en silencio, y me habla, “hemos perdido”, permanezco callada para continuar escuchando, pero esa frase lo resumió todo.

Se oyen bocinazos y gritos de festejos en la calle, me recuerda a lo que leí del mundial del 78.

Le ofrezco azúcar a mi padre para endulzar el mal trago de pasadas las 18hs, endulza el té de ese que te seda el alma, y gira la cuchara en la taza, una y otra vez, veo allí la analogía de la historia universal. Termina la infusión y sale a caminar, a “ventilar las ideas”, le sonrío, él no entiende, piensa que se esfumó mi empatía. Le vuelvo a dar mi sonrisa, ahora me entiende, siempre me entiende, sabe que elegimos el bien común, la solidaridad, el amor hacia a los demás.

Hoy somos los perdedores, los fracasados, la oposición. Hoy más que nunca estoy feliz, no recibí globos amarillos, no creí en ese “cambio”, ni en la “revolución del amor” y como diría Diego Billordo, un artista que conocí hace un tiempo atrás, así si, así “es emocionante fracasar”.

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