Por
Félix R. Guerrero - Desde que el Capitalismo, como sistema económico
casi mundial tomó las riendas del reparto de los recursos naturales y humanos
del planeta para la subsistencia de todos, las cosas han ido de mal en peor.
Algunos se preguntan si hay que soportar la descarnada pobreza hasta la muerte,
como única vía posible de escape.
En el dossier titulado
“Renta básica: una utopía al alcance de la mano”, publicada por la revista Le
Monde diplomatique, tres periodistas y un escritor preguntan:
“¿Se podría garantizar que
cada persona, sin condiciones, desde el nacimiento hasta la muerte, recibiera
una cantidad mensual suficiente para vivir? Es imposible desechar la propuesta
si tomamos como argumento la inviabilidad
económica: sin duda se podría considerar aplicarla, aunque para ello se
necesitara una profunda reflexión política. La renta garantizada plantea
cuestiones espinosas sobre todo en el plano filosófico, porque supone renunciar
al objetivo del pleno empleo y admitir que podemos subsistir sin ejercer una
actividad remunerada. Promovida durante estos últimos años por pensadores
progresistas, pero asimismo por liberales, que defienden una concepción muy
diferente, se ha llevado a la práctica tanto en el Norte como en el Sur, por
ejemplo en la India”.
No pude acceder al dossier
completo, pero este único párrafo leído me sirvió como disparador para la reflexión.
Tomando por cierta la aseveración de que dos tercios de los recursos
alimentarios del planeta se dilapidan en costosos caprichos gastronómicos de
los pudientes y las regulaciones o ajuste de precios del mercado mediante la
eliminación de los alimentos “sobrantes” tales como derrames de leche, o el
abandono de toneladas de pescados en las playas (yo he visto en la playa entre
Caleta Olivia y Cañadón Seco, una montaña de camarones pudriéndose por ese
mecanismo de ajuste).
Pero para comprender este
fenómeno, no hay que ir tan lejos. Nos quedemos aquí, en La Costa y observemos
el cambio producido desde hace cuatro o
cinco décadas:
Antes de los “Diferimientos”
(redefinición del papel del Estado y revalorización del capital monopólico como
el único capaz de acumular con eficacia y eficiencia), y de las SAPEM (Sociedades
Anónimas con participación del Estado Mayoritaria), existían en la provincia de
La Rioja, otras formas de producción agrícola-ganadera, que, si bien modestas e
insuficientes, cubrían las necesidades básicas de la alimentación de los
riojanos sin generar grandes erogaciones al Estado provincial.
No podemos hablar de
capitalismo propiamente dicho en nuestra provincia, pero la era menemista ha
despertado en la tilinguearía provincial apetencias burguesas, que hasta ahora
no han producido más que ruinas de frustrados emprendimientos, y todo ello
utilizando los recursos coparticipables de la Nación destinados para sacar a
nuestra sufrida provincia de la pobreza crónica.
Mientras existan en nuestro
terruño, estos insaciables “gestores” del atraso organizado, y mientras
nuestros pueblos no reaccionen, hay que ir pensando en la “Renta básica” como
única alternativa para que la mayoría de los riojanos no perezcamos de inanición.
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