lunes, 20 de mayo de 2013

YACURMANA (De Relatos mitológicos riojanos)


Por Félix R. Guerrero - El acto fundacional del conquistador, tan solo registra como dato histórico, una equivocación: ellos fundaron la ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja al pie del Velazco, que no era el cerro del oro, sino el Famatina. La memoria histórica del Diaguita, como la de todos los pueblos antiguos, cimentaron sus fundaciones sobre el mito.


Usted dirá que escribir con lluvia en un día lluvioso, es algo tan cursi y gastado… pero el peso de los acontecimientos que intento narrar se imponen con la fuerza de su extraordinaria e inexplicable naturaleza. Además debo aclarar que no escribo por placer o por afanes meramente literarios, sino urgido por la necesidad imperiosa de convertir a mis probables lectores en testigos fidedignos, por si algo terrible llegara a ocurrirme.

Cercanos ya al último mes y día del año 2007, llueve sobre el lomo sediento de La Rioja. Llueve mansamente sobre los rostros curtidos de los campesinos de los llanos y las montañas, resecos desde la última lluvia del verano del 2006.

Estoy en mi casa solo, taciturno, esperando con ansiedad algo indefinible. Lapicera en mano, mirando los hilos de agua que caen oblicuamente detrás de los vidrios de mi ventana, escribo o mejor dicho dejo caer nerviosamente las palabras sobre el papel y espero.

La tarde se escurre rápidamente a contramano de la lluvia, hacia el cénit. La penumbra gana terreno pero aun puedo ver los cerros desnudos del sudeste. Por el Portezuelo del Cantadero, cae una catarata de nubes blanquísimas y algo encrespadas, inequívoca señal de que el temporal persistirá, como decía don Ramón Romero, meteorólogo de ciencia campesina. Cede la lluvia.

Un súbito movimiento aéreo me hizo mirar para arriba: jirones de nubes pasaban a velocidad vertiginosa hacia el Norte. El pavor paralizó mis manos y la lapicera cayó al piso. En ese preciso momento un relámpago azul penetró a través del vidrio de mi ventana y me dejó ciego. Recupero momentáneamente la visión al tiempo que el largo trueno crepita rasgando el cielo en todos los sentidos. Esa era la señal para que la lluvia descargue todo su poderío líquido.

Repentinamente una ola dio suavemente contra la puerta que da a la calle y un chorro cristalino penetró por la hendidura inferior y en ingrávido movimiento ascendente se corporeizó sin perder su apariencia líquida, en una bella y joven mujer, desnuda y majestuosa.

Me miró con sus enigmáticos ojos glaucos. No sé cómo ni por qué, pero lo supe instantáneamente. Era ella.

 ¡Yacurmana! Pronuncié con voz trémula y emocionada. No pude apartar mis ojos de los suyos. Vi en ellos tristeza infinita y la fuerza arrolladora de la diosa diaguita. En maravillado éxtasis extendí la mano para tocarla, pero la diosa se deshizo instantáneamente, convertida en un charco de agua en el piso.

Volviendo abruptamente a la realidad ordinaria y a las rutinas domésticas, corrí en busca de un secador, pero cuando regresé, no había ninguna huella del prodigio que había presenciado, ni siquiera una mancha de humedad.

Recordé conmocionado aún, aunque contaminado de lecturas profanas, aquella frase de William Blake “Si las puertas de la percepción quedaran depuradas, todo habría de mostrarse al hombre tal cual es: infinito”.

¿Fueron las puertas de la percepción las que se abrieron para mí en esta tarde tormentosa, o fue simplemente una perturbación enigmática de los sentidos?

Sea como fuere, ahora sé que esa alta cascada del cerro de Chuquis que todos llaman “La Yacurmana”, sin otra consideración que su traducción literal de la lengua de los diaguitas “Agua que cae”; esa roca y su salto, es un pubis femenino que vierte un licor vivo y dador de vida, en chorros intermitentes, como cortados por rítmicas contracciones, con que la diosa Diaguita repone la vida de una cultura mutilada por la cruzada “Civilizatoria” del europeo invasor.

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